Brazo De Árbol
Brazo de árbol
Colador de cielo
Que araña con arañas mi espacio
y acaricias con sombras al sol.
Palpitas en mi alma con el viento
Abanicas la mirada, transversal al infinito
Alas de Ícaro en el sueño
Y roce de cristales en la caída.
¿Cuántas palabras que flotan entre tus ramas?
y tan distante estoy de tus hojas
golpeo la tierra
y ésta me abrasa colmado de silencio.
Colibrí
Colibrí, interpretas melodías.
Con tu danza que seduce a la gravedad.
Las fuerzas se dilatan y desaparecen,
burbujas de sonidos que se escuchan con los ojos,
con el alma del movimiento.
Colibrí, suspendes el tiempo,
gravitacional belleza,
vibrante cuerda de la saeta de un verso.
Colibrí, abraza mi corazón,
jubiloso y lleno.
La vida está completa en tu canción,
de pétalos, aromas y felicidad.
Lluvia
Las serpientes invocadas por el trueno,
como trenes pesados y rápidos,
se desprenden de los hombros secos,
casi cortando las figuras en escalinatas de luz.
Es aquella sobra absorbida por la humedad,
que cuela, que enciende y se transforma,
que flota entre la sabia disgregada,
en alfombras de cristal.
Un sentimiento tibio emerge,
de toda luz en el camino líquido,
y un montón de tentáculos,
que giratorios en el viento,
destornillan la mirada,
con sus planetas estrellados,
en el objeto distante.
Es ese eterno levitar,
sobre el humus pulimentado de figuras,
que espera,
que el círculo emerja de las pisadas,
donde el cuerpo,
es absorbido por cortinas de agua,
tragado por el tiempo,
y momificado por el silencio.

Cristo de Florida
Brotas bajo el incendio del lamento de la muerte.
Tus raíces cobijan y se alimentan de los cadáveres
de ánimas del pasado.
Lamentos son la melodía que arrulla tus noches.
Cuántos niños tocan tus marchitas extremidades:
manos ensangrentadas acarician pies ensangrentados.
Te iluminan la fe y los signos de brazos
de hombres de tierra mestiza.
Te iluminan los rostros con ojos que desbordan ilusión.
Cristo de Florida símbolo nauseabundo de esperanza
frente a las ánimas que cantan a la muerte.
Símbolo que desvanece el limbo desde tus abrazos,
desde tu ropaje de madera.
Cristo de Florida, oriundo del carbón, de los niños de oro negro.
Te canto concentrando todos los signos de mi alma que no han sido invocados.
La luna te acompaña y reverencia.
El sol te nutre de resplandor y grandeza.
Cómo no hacerlo yo, átomo, casi ánima de una historia olvidada.
En el libro “Adolescere” de Alejandro Ruiz Norambuena
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